La tendremos que sacar de donde no la haya, reinventarla como si entráramos por primera vez en el aula, descubrirla en las miradas, un tanto desconcertadas, que el alumnado se lanza el primer día de clase mientras nos escruta con nerviosismo esperando que algo suceda. Algo deberemos hacer, en definitiva, para extraerla de aquellos lugares en donde se encuentre y apasionados, manifestarla.
Deberemos manifestar, los profesores, la ilusión de que es posible educar y que a corto o largo plazo nuestra labor siempre dejará huella, manifestar, a su vez, los alumnos y alumnas, la ilusión de que aprender les hará más libres y autónomos en la vida y por lo tanto, más capaces de alcanzar la felicidad y finalmente, manifestar, sus padres, la ilusión de que solamente en los centros de enseñanza, la información, tan abundante y diversa, en nuestra sociedad, se convierte en conocimiento aséptico, capacidad de discernimiento y pauta racional, por la cual sus hijos alcanzarán la madurez y la independencia.
Es imprescindible que todo el colectivo educativo muestre esa ilusión a corto plazo. Ya pasaron los días en que estudiar era, sobre todo, un distintivo social y una garantía de futuro asegurado; un “algo” que había que hacer porque sino “no vas a ser nada en la vida”.
No es eso lo que deberíamos transmitirles a nuestros alumnos al empezar el nuevo curso. De eso ya se encarga el resto de la sociedad, incitando -y no digo que con razón- a acabar
Ese razonamiento es importante, pero ineficaz en la mayoría de los casos, por ser un objetivo de largo recorrido, algo que se refiere a “cuando yo sea mayor”, mientras que ahora, en la inminencia del principio de curso, lo que preocupa, sobre todo lo demás, es inyectar entusiasmo a un proyecto continuado de diez meses, desarrollado en el afán de cada jornada.
La misión del profesorado, en esta ocasión, es estar alejado de ese “marketing” académico (por lo menos en
El profesor tiene la habilidad suficiente para que el alumnado aprenda jugando, bajo unas normas preestablecidas, se distienda cuando todo el colectivo acuerde hacerlo y mantenga silencio, cuando el silencio sea requerido, para el bien de la mayoría.
Los alumnos y alumnas, deben sentirse parte principal de esa escenificación anual y saber muy bien, sin engaños ni promesas falsas, el papel que representan, siendo conscientes, así mismo, de las propias limitaciones de los profesores, hecho que por regla general, también ayudará a su implicación protagonista en el proceso educativo.
Debemos conseguir de una forma u otra que el alumnado recupere la frescura de su reciente infancia pasada, para no contestar tan encorsetadamente a la pregunta fundamental: “¿Por qué estás aquí?” con el consabido: ”Para acabar
Este último tipo de respuestas sería un buen indicativo de que la educación está haciendo su cometido y que vamos por el buen camino, buena señal de que estamos salvando la sonrisa y el desenfado responsable, dentro de las aulas, en un proceso ilusionante por sí mismo.
Retomo pues el mensaje del principio: “El mayor favor que nos podemos hacer los docentes, es transmitir a nuestros alumnos y alumnas, la ilusión de hacer posible, un curso más, el proceso educativo, en que creemos y por el cual trabajamos profesionalmente”.
Ojala lo hagamos y ojala nos dure hasta junio. Suerte a todos.
* Catedrático de Matemáticas del I.E.S. “Fco. Giner de los Ríos” de Segovia
Sí, depertar ese afán por comprender el mundo, esa curiosidad es la auténtica meta.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Esperamos algún artículo de opinión tuyo. Un saludo.
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