______Editorial
Reconozcamos que existen aserciones y proclamas, a las cuales nos adherimos más o menos, dependiendo de quien sea la persona que las emite.
En este tiempo y momento concreto, las palabras del rey de España sobre la unidad de los políticos, parecen oportunas y con visos de dejar más huella y ser más escuchadas, que si hubieran sido pronunciadas por otras bocas.
Lo cierto es que esas palabras llegan en el momento adecuado y quizá ni los antimonárquicos se atrevan a despreciarlas. Son palabras que en labios de D. Juan Carlos suenan a sentimiento popular, a la opinión general de la mayoría silenciosa, cansada del arrojadizo palabrerío parlamentario. Y no seré yo quien diga que sobran los beligerantes debates políticos, que a veces concitan pasiones más propias de la lucha libre, porque no lo pienso, sino que esa idea latente de "llegar a un acuerdo" necesaria para abordar la crisis, puede verse beneficiada por esas manifestaciones del rey, emitidas desde otro plano distinto al habitual. Un plano en el cual prepondera el espíritu paternalista que en determinados momentos de desconcierto, supera el otro plano de las opiniones tendenciosas sometidas a sospecha.
Un Presidente de República, perteneciente a un partido democrático, no produciría, quizá, el mismo efecto, incluso siendo de distinto partido al del Presidente del Gobierno y eso en tiempos de crisis, supone un bálsamo ideológico no despreciable.
Digamos que sin ser republicano, ni monárquico, me declaro "juancarlista", como mi abuelo (él era republicano y socialista, pero en su moderación y objetividad, llamó al pan pan y al vino vino) a la vista de todas las ocasiones en que ha sabido suavizar las asperezas y estados crispados de la nación. Esas palabras emitidas por él llamando al diálogo social, quizá han supuesto el principio del fin de la crisis, en cuanto a la cohesión necesaria de las diferentes partes, para acabar con ella. Palabras, si cabe, poco originales, como de otro tiempo, como venidas del más allá ancestral, pero en definitiva venidas del más allá de acá, de ese acá del Palacio de la Zarzuela, neutro y cauto, que de alguna manera también siente y padece con nosotros.
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